
y duele, claro.Un gestor cultural admirable, el que puso en manos de una generacion la letra y la belleza, la revolución y la poesía. Supongo que lo que esta soledad repentina pero no por ello menos sorda denuncia es simplemente la falta de tipos como él en la actualidad, capaces de parir espacios de difusion cultural sin importar réditos. Imaginé mas de una vez a Mangieri como columnista de estos recovecos radiales, fantasía pura. Nunca lo conocí más que a traves de notas ajenas, sufucientes sin embargo para entrever su calidad humana.
A contunuación parte de un artículo de Néstor Kohan aparecido en un blog cercano, con la amplitud de miras necesaria sobre su persona.
¿Qué tuvo de diferente José Luis Mangieri? (...) La respuesta es, demás está aclararlo, extremadamente subjetiva. No nos asusta reconocerlo.La diferencia reside en que a nosotros José Luis Mangieri no sólo nos enseñó a leer textos y libros, no sólo nos guió en lecturas y debates. José Luis fue mucho más que eso. Fue un maestro de vida. Como antes suyo lo había sido nuestro querido Ernesto Giudici.Tanto José Luis Mangieri como Ernesto Giudici nos enseñaron, cada uno a su modo, que entre los libros y la militancia no puede haber un divorcio, una escisión ni un abismo. Y si ese divorcio existe constituye un producto directo de una derrota política. Un obstáculo a remover y superar, no una virtud a celebrar y aplaudir.José Luis Mangieri fue mucho más que un profesor. Mucho más que una guía bibliográfica. Mucho más que un orientador académico. Fue un maestro. Con sus propios recuerdos y con sus consejos, con su amistad y con su compañerismo, con su amor por los libros, las colecciones y las bibliotecas pero también con sus lecciones y actitudes prácticas, nos enseño que la mera lectura de textos marxistas no alcanza para llegar a ser alguna vez un intelectual de verdad, como tampoco alcanza el loable “compromiso” sartreano (aunque él le tenía un respeto mayúsculo a Sartre). La lectura crítica y el compromiso intelectual no alcanzan ni llegan a superar el vacío de la mediocridad mercantil o de la sumisión académica si no se prolongan en la militancia orgánica. José Luis Mangieri fue exactamente eso: un militante de la cultura crítica, un partisano de la tradición contrahegemónica. Así queremos recordarlo. Un militante. Además de ser un poeta, un editor, un gran amigo, un padre, un hombre de barrio, un habitué de los cafés literarios, un amante, un compañero, José Luis fue un militante. Toda su vida. Con partido o sin partido. Él nos enseñó que el compromiso debe prolongarse en la militancia orgánica y que el intelectual orgánico, en países como los nuestros, debe convertirse en un militante, en un cuadro revolucionario, y llegado el caso, en un combatiente.No es casual que José Luis, luego de décadas de militancia en el comunismo argentino (por lo cual estuvo varias veces en prisión), se haya vinculado al Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Exactamente la misma trayectoria de Raymundo Gleyzer, igualmente querido y admirado aunque no lo hayamos conocido personalmente.Todavía recuerdo cómo nos recibió Mangieri cuando estábamos elaborando la antología y el estudio preliminar sobre la revista y editorial La Rosa Blindada, con un prólogo suyo que grabamos en su casa. Cuando le preguntamos qué le pareció la primera versión del texto, lo primero que nos dijo José Luis, con una sonrisa ancha en la boca, fue lo siguiente: “está muy bueno, realmente está muy bueno, te felicito, pero te voy a matar…”. Asombrados, le preguntamos la razón y continuó explicando: “¿cómo vas a hacer público eso que te conté, que nosotros publicamos y editamos los documentos fundacionales del ERP, los del quinto congreso del PRT?”. Lo decía riéndose muchísimo. Esa es la historia real de La Rosa Blindada. Esa es la historia real de José Luis Mangieri y su visión del mundo. Bien lejos de los galardones institucionales que en su vejez lo homenajearon (con justicia, es cierto, pero al precio muchas veces de intentar edulcorarlo, operación que jamás aceptó).Años después, cuando tuvimos oportunidad de entrevistar a Enrique Gorriarán Merlo sobre la relación del guevarismo y la cultura argentina, el antiguo líder guerrillero nos corroboró esa misma información. La Rosa Blindada, sin pertenecer oficialmente al PRT, publicaba gran parte de sus materiales, así como los del ERP. Lo mismo hacía con la literatura del Che Guevara y de Giap. De eso se trataba. De trascender las meras lecturas, de ir más allá de los libros (tan acariciados y tan amados, por cierto, nunca abandonados), de prolongar el compromiso en una militancia orgánica transformándose, sin perder jamás la órbita cultural, en militantes revolucionarios que se jugaban la vida por un mundo mejor. José Luis lo hizo. ¡Nunca se arrepintió! ¡Nunca! Siempre ensayaba balances críticos, habitualmente se preguntaba y reflexionaba sobre la derrota, pero jamás aceptó la teoría de los dos demonios. Muchas veces nos relató sus encuentros personales con Mario Roberto Santucho (”Robi”, “el negro”), en pleno auge de la insurgencia y bajo estricta clandestinidad, sin dejar de ser un poeta y un editor de poetas. Eso es un intelectual de verdad. No uno que busca las caricias del poder, los mimos de la voz del amo, las indulgencias, los guiños y las tolerancias permitidas hacia los niños díscolos que en el fondo “no sacan los pies del plato”, como repetía José Luis. Eso nos enseñó y mucho se lo agradecemos. Nosotros tratamos de transmitirlo a otros compañeros y compañeras todavía más jóvenes.José Luis tuvo muchos amigos en el campo intelectual. Tenía una amplitud notable. Tejía redes y vinculaciones con un espíritu ecuménico y no dogmático. Sin embargo, no abandonaba la mirada crítica. Le tenía gran admiración, por ejemplo, a José Aricó (”Pancho”), aunque nunca dejó de señalarle el reformismo, igualmente presente en las reflexiones de Juan Carlos Portantiero (”el negro”). Mangieri siempre contaba una anécdota al respecto que mucho le divertía. Resulta que una vez iban a viajar en avión fuera del país varios integrantes del circuito de Aricó y Portantiero (marxistas radicales en los ‘60, cuando publicaban la revista y la editorial Pasado y Presente, luego entusiastas socialdemócratas a partir de los años ‘80). Entonces José Luis Mangieri les gastó una broma ácida, con la ironía y la picardía criolla que lo caracterizaba. Les dijo, matándose de risa: “¿ustedes son locos? ¿Van a viajar todos juntos en el mismo avión? ¡Si se cae el avión se termina el reformismo en la Argentina! Viajen separados…”. cada vez que lo recordaba, se moría de risa.Si con Terán y Sazbón nos vinculamos en las aulas universitarias, con José Luis Mangieri nos conocimos a partir de una entrevista, en la cual le preguntamos por un antecedente olvidado de su célebre revista, La Rosa Blindada. Se trataba de un periódico previo, El popular, donde además de Mangieri compartían periodismo y militancia Andrés Rivera, Juan Gelman, Norberto Vilar, Estela Canto, entre otros y otras. Ese periódico lo dirigía Ernesto Giudici, sobre quien estábamos escribiendo un libro. En esa publicación, con el aliento de Giudici, se incubaron gran parte de las rebeldías juveniles que dieron nacimiento a La Rosa Blindada, gestación mucho menos conocida que el nacimiento de la otra gran disidencia comunista, Pasado y Presente, gestada al amparo de Héctor Pablo Agosti. Mangieri nos relató en aquel primer encuentro, con paciencia y entusiasmo, cada detalle de aquel laboratorio herético donde estaba naciendo una de las rupturas más significativas del comunismo local, conformando los primeros vínculos entre quienes más tarde editarían La Rosa Blindada, símbolo emblemático de la nueva izquierda argentina.Después de aquella primera entrevista, hicimos buenas migas. Le propuse entonces relanzar el sello editorial de La Rosa Blindada. Aceptó al instante, aunque alertando que no quería convertirse en una caricatura de lo que alguna vez fue. Lo tenía muy en claro. Repetirse es morir. Mejor la creación a cualquier calco y a cualquier copia. Incluso a la copia de uno mismo. Comenzamos por la antología de la revista homónima, todo a pulmón, sin un mínimo dinerillo en el bolsillo. Recolectando centavo a centavo, hasta con la impresión donada por el imprentero. Así la publicamos. De esa forma se relanzó la nueva época de La Rosa Blindada Sin becas, sin subsidios, sin dinero de generosas ONGs o filantrópicas fundaciones.En la última época estábamos intentando que un editor extranjero reeditara la trilogía del comandante Giap, editada originariamente por La Rosa Blindada para que así le diera algún dinero a José Luis, que mucho lo necesitaba. No se pudo concretar. Lamentablemente no llegamos a tiempo.Ese fue el José Luis que conocimos. Un militante que no quería repetirse sino crear a cada paso. Que emprendía proyectos culturales contrahegemónicos sin contar con un solo peso. Mate o ginebra de por medio, se acordaba siempre del pasado (no había vez que nos encontráramos que no nos hablara de Raúl González Tuñón, la guerra civil española, Julius Fucik, el libro Lenin de Lukács, Robi Santucho, John William Cooke, Aricó, París, su viaje a China, la guerra de Vietnam, el Che, los tiempos de la clandestinidad…) pero pensaba irremediablemente en el futuro. Nostálgico, tierno, cálido, irónico, entrañable. Invariablemente memorioso. Siempre amable y atento a los detalles de la vida cotidiana. Nunca dejó de preguntar: “¿Y seguís saliendo con esa piba…?” ¿cómo estás de laburo,,,? ¿Pibe, tenés guita para vivir?”, ¿Cuándo venís a casa, nos comemos un asado y tomamos un vino?”. Ese era José Luis. Le importaba la gente de carne y hueso, no sólo “los grandes ideales”. Creía de verdad en el humanismo socialista y comunista sobre el cual tantos libros y artículos publicó. Lo vivía día a día, minuto a minuto.Había nacido en un conventillo anarquista de Parque Patricios. No se acomodó. No transó con el poder. Murió pobre en su casa de la calle Mercedes 936, en el barrio de Floresta, cerca del colectivo 85. Él, uno de los más grandes de la cultura argentina, te salía a abrir la puerta en alpargatas, saludaba al peluquero de la esquina y a cuanto vecino pasaba cerca. Lo quería todo el mundo. Un maestro.
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